"Podemos perder la inteligencia igual que perdimos la cola. No es una ventaja evolutiva"
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Es un tipo realmente curioso Pino Aprile (Bari, 1950), de esos que ya solo existen en Italia y cada vez quedan menos. Ha dirigido las revistas de chismorreos y crónica social más conocidas de Italia, ha trabajado como enviado especial para los telediarios de la RAI, ha compuesto canciones para artistas como Al Bano y ha escrito ensayos sobre temas históricos como la reunificación italiana que han vendido más de medio millón de ejemplares. Pero su gran obsesión, lo que dice que le quita el sueño por las noches, es la estupidez humana. Se acaba de editar en español su segunda entrega sobre el tema (Nuevo elogio del imbécil), construido a través de una narración epistolar con expertos de todas las ramas. Hablamos de ello durante hora y media por videoconferencia.
P. Tienes 75 años y hace poco tuviste un infarto, una hemorragia cerebral y no sé cuántas cosas más. Pero te veo en plena forma.
R. Ya sabes que antes era más joven y más guapo. Me quedé paralizado del lado izquierdo y los médicos dijeron a mi familia que, si sobrevivía, sería un vegetal. Reservaron plaza en un centro para vegetales humanos, pero me desperté del coma hablando y moviéndome. Los médicos me dijeron que no entienden por qué hablo y por qué me muevo, que era un milagro. Yo, que soy ateo, creo que tenía todavía preguntas por hacer antes de morirme.
P. Reflexionar sobre la estupidez empieza a ser una disciplina dominada por los italianos. La obra más conocida es la de Carlo Cipolla. ¿Es muy italiano preguntarse por qué somos tan imbéciles?
R. Obviamente adoro el libro del profesor Cipolla. Hay que leerlo de rodillas. Lo conocí hacia el final de su vida, cuando su brillantez ya declinaba. Sobre la estupidez se han escrito otras maravillas. Una de las que más amo está en las cartas de Sinesio, el obispo de Ptolemaida, el del Elogio de la calvicie. En otro libro, Sinesio narra un viaje por mar en las postrimerías del Imperio Romano. La nave es gobernada por un pésimo marino, un auténtico asno, y se produce una terrible tormenta. Todos los pasajeros, muy ilustres pero sin saber nada de navegación, le gritan al timonel lo que tiene que hacer a la vez. Cada uno le dice una cosa distinta. La nave, dice Sinesio, estaba a merced de una panda de imbéciles e incapaces. “A pesar de todo esto, el Señor quiso que llegásemos a puerto”, concluye. Pues bien, esa es la imagen que yo tengo hoy del mundo.
P. Desde luego se parece.
R. Bueno, pero volvamos a Carlo Cipolla. El explicó, esquematizó y tematizó la estupidez humana con sus cuadrantes y un diagrama espléndido. La pregunta que yo me hacía era otra. No trato de clasificar la estupidez, sino entender por qué somos tan imbéciles. En teoría, si la estupidez fuese dañina para la especie, la evolución la habría eliminado. O al revés, la estupidez habría eliminado a la especie. Sin embargo, siempre encuentra su camino para multiplicarse. Te va a parecer una tontería, pero yo esa es una pregunta a la que no encontraba respuesta y me estaba obsesionando.
P. Antes de meternos a hablar de ello, vamos a aclarar qué entendemos por estupidez. ¿De qué estamos hablando exactamente?
R. Creo que la estupidez es indefinible pero, paradójicamente, todos la reconocemos. Eso es extraordinario. Pasa algo parecido con la inteligencia, cuesta describirla como valor absoluto. No paran de salir estudios sobre las diferentes formas de inteligencia: la emocional, la matemática, la musical… La estupidez es, digamos, un reflejo simétrico de la inteligencia. Es igual de indefinible e igual de universal. Entra en la definición de San Agustín: si no me lo preguntas, lo sé; si me lo preguntas, ya no lo sé.
El genio crea; el estúpido preserva y replica. El genio es juguetón y se distrae, el estúpido es obstinado
P. Sostienes que la inteligencia humana podría extinguirse, o al menos reducirse. Dices que podría ocurrir igual que con la cola o el pelo que cubría todo nuestro cuerpo, que la evolución nos haga perderla.
R. Estudié este tema durante unos quince años, y lo hice de manera furiosa. Siempre he pensado que las preguntas más estúpidas tienen las respuestas más interesantes. Créeme que me he obsesionado con este tema hasta no dormir por las noches. He leído montones y montones de libros de antropología, neurología, biología, psicología, sociología… Mi conclusión es que la estupidez es necesaria, es una herramienta útil para nuestra especie y para su evolución.
P. Me tienes que explicar eso.
R. ¿Qué busca la evolución? Quiere la multiplicación de la vida. Prefiere un millón de estúpidos vivos a un inteligente muerto. Y además hay que avanzar de manera sostenible. Existe un famoso experimento que habla de una isla en la que la población de animales o humanos crece en exceso. Entonces, llega un punto en el que empieza la violencia intraspecífica, o enfermedades, o hambre, o lo que sea. Así, hasta volver a una cantidad sostenible. Se recupera así el equilibrio biológico. La inteligencia suele trastocar ese equilibrio, la inteligencia divisiva y peligrosa.
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P. La cosa se pone interesante.
R. La inteligencia surgió cuando nuestros ancestros, que era animales arborícolas, se encontraron en la sabana al final de una glaciación. No tenían las herramientas para sobrevivir allí. Ni por número, como las gacelas. Ni por potencia, como los leones. La inteligencia fue nuestro atajo evolutivo para sobrevivir. Pero ahora tenemos número y fuerza. Y somos la única especie que ha salido de su nicho ecológico. Estamos en todas partes y hemos alterado el equilibrio biológico. Tanto la religión como algunas corrientes científicas nos dicen que todo lo que nos rodea existe para que podamos existir nosotros, y que la inteligencia es el instrumento de esa excepción. ¿No te parece una idea sospechosa?
P. Sí, mucho.
R. En realidad, la inteligencia es la excepción; y la norma es la estupidez. Yo lo explico con la metáfora de la cerilla. El pensamiento inteligente, la chispa que cambia todo, es el fósforo que se enciende y da luz. Solo lo hace una vez y dura muy poco. Luego el fuego puede estar días enteros. ¿Para qué sirve el estúpido, el que no inventa nada? Sirve para copiar y conservar, para reproducir y sostener. El genio crea; el estúpido preserva y replica. El genio es juguetón y se distrae, el estúpido es obstinado. La estupidez es la batería y el archivo de la genialidad humana. Toda invención necesita alguien que la reproduzca. Por eso, paradójicamente, cuanto más inventa el genio, más crece la estupidez. Más batería se necesita.
La estupidez une; la inteligencia divide. La estupidez hace más fácil que haya acuerdo
P. Cuéntamelo con un ejemplo.
R. Yo utilizo todos los días mi teléfono móvil y no tengo ni la más remota idea de cómo funciona. No sabría crearlo yo mismo, pero tampoco mi pluma estilográfica, ni mi grapadora. Somos la única especie donde el último puede hacer lo mismo que el primero que empezó algo. A una gacela lenta y desorientada se la va a comer un depredador. Sin embargo, aquí estás hablando con Pino Aprile que lleva 75 años en el planeta sin saber cómo funciona ninguna de las cosas que usa a diario.
P. ¿La inteligencia pasará de los humanos a las máquinas?
R. De eso trata mi próximo libro, que sale el año que viene. Me pregunto si el hombre está hecho para la inteligencia y no la inteligencia para el hombre. ¿Qué pasa si el desarrollo de la inteligencia abandona la biología y se apoya en la tecnología? ¿Donde quedamos nosotros si eso ocurre? Nos habremos convertido en la herramienta, el huesped, en los siervos de la inteligencia para llevarla a su próximo estadio. ¿Y si creamos máquinas que no solo nos superan, sino que fabrican otras aún más potentes que ellas mismas? ¿Para qué? ¿Para extraer información de la materia? ¿Y dónde acaba esa lógica? ¿Quizá el día que una “máquina total” extraiga toda la información del universo? Por cierto, no hay nada más estúpido que esto. Estamos preparando el próximo peldaño de la inteligencia, nuestro reemplazo.
P. Dame dos segundos que tengo que digerirlo. Hay una parte del libro en la que tratas de explicar por qué la selección natural no elige a los más inteligentes. Y que nosotros también evitamos casi siempre que nos lideren los más inteligentes.
R. Creo que hay periodos históricos —como el actual— donde la especie Sapiens entra en un proceso de aceleración. Si hace veinte años nos hubiesen dicho que el país más rico y poderoso confiaría en alguien como Trump y su tropa, pensaríamos en una comedia de Hollywood. ¿Qué significa? Que cuando la humanidad acumula demasiados pasos adelante en muy poco tiempo, se suele frenar de golpe. Es como si necesitara digerir el exceso y no pudiera asimilar más hasta procesar lo anterior. ¿Y qué usa para ello? El arma poderosa de la estupidez y la ferocidad. Lo estamos viendo en todo el mundo. Mira en Italia. En el sur están votando a un lombardo que odia a los sureños y fue condenado por ello. ¡A Salvini lo votan en el sur! Es como si las gacelas votaran al león: una forma colosal de estupidez.
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P. ¿La estupidez como autopurga?
R. Mi padre vivió tres guerras: la primera mundial, una guerra colonial brutal en Abisinia, y la segunda mundial. Yo, a mis 75 años, ni siquiera hice el servicio militar. Crecí pensando que la violencia era algo del pasado, al menos para las regiones más evolucionadas de la Humanidad. Hoy tenemos una guerra en Europa y un genocidio al otro lado del mar. La ferocidad es otro atributo de la estupidez.
P. Hablas del experimento de un tal Erik von Holst con unos pececillos de arrecife, los piscardos. El científico destruye la zona del cerebro que regula la relación social de uno de ellos y observa cómo los demás le siguen. ¿Por qué siguen al psicópata?
R. Claro, al no tener función social e ignorar a los demás, el pez lesionado sale disparado sin mirar atrás. Esa seguridad que aparenta seduce al resto —“éste sabe adónde va”— y lo convierte en líder indiscutido. Los demás no saben que es incapaz de actualizar su rumbo, de manera que los conduce directo a las fauces del depredador. El jefe resulta ser, paradójicamente, el único sin función social en el cerebro.
La inteligencia surge cuando nuestros ancestros bajaron de los árboles y no tenían ninguna ventaja
P. En el libro hablas de demografía y tasas de natalidad. Recuedas que los países más ricos y con mejores indicadores sociales bajan sus tasas de natalidad. Y te fijas en que instruir a la gente va en contra del gran objetivo evolutiv: reproducirse.
R. Es una regla universal. A medida que sube el nivel económico, baja la fecundidad deseada. Una vida mejor te crea necesidades que si eres pobre no tienes. Hemos sustituido los hijos por las cosas o por las obsesiones. Lo decía Giambattista Vico, el padre de la historiografía moderna, cuando estaba rodeado de hijos alborotando, con su mujer siempre quejándose porque estaba embarazada. Decía que él era la excepción porque la regla para tener una vida intelectualmente prólija es la soledad.
P. Llegando al final, dices que la inteligencia ya no es necesaria para que el mundo funcione, que la estupidez podría hacerlo mejor que la inteligencia.
R. Piensa en las funciones básicas de la inteligencia. Producir belleza y ciencia. Es decir, poesía, música, inventos… La IA ya puede producir libros, cuadros, algunos son tan buenos como los que puede hacer un humano. Pero a mí lo que más me impactó fue la música. En mi modesta visión, la música es la cota más alta alcanzada por Homo sapiens porque se trata de sonidos universales, que pueden entenderse sin saber el idioma. Son el primer lenguaje, al que nuestro cerebro lleva millones de años adaptándose al procesar todos los sonidos. Por eso lo entendemos más allá de la identidad o del idioma. Y ahora resulta que hay cantautores que llenan estadios y componen con IA. La máquina ya escupe melodías que bailan millones de personas. ¿Te puedo contar una historia personal?
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P. Para eso estamos aquí.
R. Yo sigo haciendo música. He compuesto algunas canciones de Al Bano, por ejemplo. Hace años, durante un tiempo, me fijé en el sonido del mar, donde vivía de niño. Aprendí que un navegante holandés, en los años 50 o 60, fondeó un micrófono al ras del agua en el Atlántico, limpió los ruidos y quedó una secuencia musical repetida cada 16 segundos: do♯ mayor – fa♯ mayor – sol♯ menor. Resulta que esa es la voz del mar. No hay nada que me haya dado más rabia que saber que un imbécil mete esas notas en un móvil y en cinco segundos tiene nada menos que la canción del mar.
P. También hablas de cómo la estupidez se expande en el entorno laboral. Dices que la burocracia de la vida crece un 5 % anual solo por el hecho de existir, que las organizaciones se vuelven cada vez más grandes, más tontas, más improductivas, que esa es la naturaleza de las cosas.
R. Normalmente una gran empresa nace de la obra o la idea de un genio. Al menos, de alguien muy inteligente que ha tenido una genial idea. Pero esa persona, al crecer, necesita colaboradores. Es en el momento de buscar otros genios cuando empieza el declive. Las burocracias o jerarquías multiplican la estupidez y la hacen eficaz. Es una operación de conservación inteligente porque su misión, la de toda jerarquía, es existir y para ello necesitan hacer algo que justifique su existencia. Hagan lo que hagan, después van a querer expandirlo sin pensar por qué lo hacen. Con el tiempo, y como los estúpidos son la inmensa mayoría, la empresa va a acabar en manos de un cretino… y entonces muere.
Las jerarquías trocean las tareas hasta volverlas tan simples que cualquier cretino pueda realizarlas
P. Sigo tu razonamiento. La jerarquía, que es estupidez, permite entonces que las ideas brillantes se automaticen. No es inteligente, pero es muy útil.
Sí, las jerarquías tienen una misión. Trocean las tareas hasta volverlas tan simples que cualquier cretino pueda realizarlas. La pirámide se ensancha en la base, y al ensancharse se eleva: crece multiplicando la fragmentación del trabajo. Cuanto más estúpida es una jerarquía, mejor funciona. Además, la inteligencia divide. Siempre que las inteligencias se confrontan, nace una tercera, una cuarta, una quinta. La inteligencia divide porque busca diferencias; la estupidez aplana y, por tanto, une a la gente.
P. Te voy a pedir otra vez un ejemplo.
R. Vale. Imagina un grupo de físicos que han ganado el premio Nobel conviviendo. Acabarían a golpes seguro. Planck sí, pero…”, “Einstein pero…”, “¿cómo aplicar su fórmula al infinito si la mitad de los quarks pesa cero?”, “Si llevas Planck del micro al macro, ¡el universo desaparece!”… Ahora piensa en un club de hinchas del Barça o del Napoli, donde lo único que hay que gritar es “¡Forza Napoli!”. Ahí, dentro de ese mundo estúpido y simple, el físico nuclear con un Nobel y el más tonto de la ciudad están perfectamente alineados con su equipo, se abrazan con los goles. La estupidez une; la inteligencia divide.
P. Dices en el libro que el estúpido es el mejor amigo del hombre ¿Por qué?
R. El inteligente plantea preguntas; las preguntas llevan a respuestas, y a un inteligente no puedes darle respuestas tontas, porque se da cuenta. El estúpido, en cambio, acepta respuestas aunque sean las más tontas. Nuestra especie es incapaz de vivir sin respuestas a las preguntas, da igual si tienen sentido o no. Para los griegos de la Ática, por ejemplo, las mujeres quedaban embarazadas “cuando las rozaba el viento Favonio”. Ellas volvían a casa y nadie preguntaba dónde había estado esa mujer antes. La respuesta era totalmente absurda, pero se tomaba como buena. Porque lo importante era tener una respuesta a las cosas. El estúpido se aplana ante cualquier cosa y, al hacerlo, crea comunidad. Y somos una especie que privilegia lo social.
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P. Pero dices que cuando los hombres se juntan, se vuelven invariablemente más estúpidos.
R. Exacto, es una regla sin excepción. Solo podemos unirnos alrededor del valor más bajo. En una caravana con cien camellos en la que noventa y nueve son rapidísimos y uno es cojo, la velocidad de la caravana es la del camello cojo.
P. Acabamos ya. En el último capítulo dices que, en el fondo, no tenemos nada interesante que decir.
R. Exacto. Tal vez no sea inteligente decirlo, pero es lo que pienso. Me entristece porque con tres cuartos de siglo a cuestas, estoy encariñado con mi función de ser humano. Y ahora, a mi edad, entiendo que no sirvo para nada y que todo lo que he hecho no sirve para nada. Producir cosas, hacer cosas, dirigir empresas, son acciones que no sirven para nada. Entonces ¿cuál es nuestra función? El hombre de Neandertal tenía un cerebro el doble que el nuestro. Aplicó la inteligencia a algo que aún llena nuestra vida: inventó a Dios, la idea de una existencia más allá; concibió otros mundos. Inventó la belleza: dedicó inteligencia a producir algo que no le daba más comida ni abrigo, pero hacía el mundo más bello; y empezó a pintar cuevas. Esa función de la inteligencia nos encanta. Quizá sea solo un instrumento para otra cosa. Y volvemos al dilema del principio: ¿la inteligencia es para el hombre o el hombre para la inteligencia? Si el sapiens acaba de criado de las máquinas que creó, será un esclavo. No recuerdo si era Aristóteles o Platón quien llamaba al esclavo “máquina viviente”. A mí no me gusta ser un esclavo.
El Confidencial